Don Mateo y la bañadera

 Tuve la oportunidad de conocer la carcel del Fin del Mundo, en Ushuaia.

Un lugar extraño. Una mezcla de museo, historia y estremecimiento.
Pude visitar cada uno de los calabozos. La del Petiso Orejudo y la de muchos confinados políticos.
Pero había una que no sabía muy bien de quien era....
Un tal Mateo Banks.

-Te la regalo Rafael, no voy a tirar más tiros, en la vida de Dios no voy a tirar más tiros – le dijo el estanciero Mateo Banks al médico Rafael Marquesau la madrugada del 19 de abril de 1922, cuando se apareció sin aviso en su casa, cerca de Azul. Acompañando sus palabras, intentó entregarle una escopeta para que la guarde.

-Ya no existe ninguno más en mi familia, han acabado con todos, los han muerto a todos – repetía Banks, como en una letanía.

Mateo Banks (1872​ -1949) fue un chacarero argentino de origen irlandés.

Era una figura importante dentro de su comunidad, de gran participación religiosa, siendo quien portaba el palio en las procesiones y el presidente de la Liga Popular Católica.
Asimismo, era miembro del Consejo Escolar, socio del Jockey Club y de varias ligas de beneficencia; vicecónsul de Gran Bretaña y representaba a la marca de autos Studebaker en la provincia de Buenos Aires.

El hecho ocurrió el martes 18 de abril de 1922. En horas del mediodía, Banks (de 49 años de edad en ese momento), se encontró en la estancia "La Buena Suerte". Allí comenzó su allanamiento homicida.

Ese día buscó envenerar a sus familiares con estricnina en la comida. El puchero quedó amargo, pero no fue mortal. Jugado, fue por más.

Primero, disparó su rifle Winchester a su hermano Dionisio Banks. La bala le atravesó la espalda, y luego efectuó un segundo disparo para rematarlo. Se encontró también a Sara, hija de Dionisio, de doce años de edad. La niña, asustada, intentó huir. Fue encontrado por Mateo, quien le dio un culatazo en la cabeza, y la arrojó desvanecida a una zanja, donde le disparó dos tiros. Alrededor de las ocho de la noche, llegó a la estancia, Juan Gaitán, un peón que trabajaba allí. Banks lo asesinó de un disparo mientras Gaitán guardaba el sulky.

Banks tomó el sulky y se dirigió a otro de los campos que le pertenecía: "El Trébol", distante a 5 km. Allí se encontró con un peón llamado Claudio Loiza, a quien le dijo que lo acompañaba a "La Buena Suerte" para atender a Dionisio, quien se hallaba enfermo. Partieron en sulky, y promediando el recorrido, Banks pidió a Loiza que bajara a buscar el rebenque. Una vez que Loiza bajó, le disparó un tiro en el cuello. Luego lo remató y escondió su cuerpo en un pajonal cercano.

Regresó a "El Trébol", donde vivían sus hermanos María Ana y Miguel, la esposa de este último, Juana Dillon, y las hijas del matrimonio, Cecilia y Anita, de 15 y 5 años, respectivamente. Luego de la cena y cuando todos dormían, alrededor de la once de la noche, Banks despertó a su hermana y la convenció de ir a "La Buena Suerte" para asistir a Dionisio. Una vez que subió al sulky y luego de andar algunos kilómetros, paró el caballo y le disparó a María Ana. Arrojó el cadáver a la vera del camino, y volvió.
Golpeó la puerta de la habitación de Miguel, y le pidió a Juana que le haga un té. Cuando apareció Juana, la asesinó de un disparo en el pecho. Miguel, quien estaba enfermo en cama, al oír el disparo se incorporó.Mateo lo mató de un disparo en el cuello. Entró en la habitación de Cecilia y también la asesinó. Luego tomó en sus brazos a Anita ya María Ercilia Gaitán (de 4 años, hija del peón) y las llevó a un cuarto, donde las encerró. Serian las únicas sobrevivientes.

Durante la madrugada, Banks se dirigió a Azul, a la casa del doctor Rafael Marquesau. Le aseguró al mismo que los peones, Gaitán y Loiza, habían matado a toda su familia y lo habían atacado, y que en defensa propia los había tenido que matar. Luego de ir a la estancia, llamaron al comisario Luis Bidonde, quien realizó la investigación en la escena del crimen.

Mateo no era muy afecto a honrar debidamente sus deudas de juego, probablemente un tren de vida superior a sus ingresos y supo falsear una declaración de bienes al Banco Nación para obtener un crédito. O sea, acariciaba la bancarrota.

El fiscal probó que en 1921 Mateo había vendido sus terrenos a sus hermanos, y que poco antes de los homicidios, había intentado hacer una estafa falsificando la firma de Dionisio para vender cabezas de ganado que no le pertenecían. Sabía que por esto podría caberle la cárcel, por ello planificó el crimen. Días antes compró las balas que utilizaría, y había intentado envenenar a su familia poniendo estricnina en el puchero, equivocando la dosis y fallando en el intento.

Durante su juicio, urdió una estrategia absolutamente teatral: antes de que empezara la única declaración presencial del acusado ante los camaristas, le proporcionó a éste una pastilla de cianuro con una dosis no letal.

Banks debía sorprenderlos, levantándose del banquillo para proclamar su inocencia, antes de tragar el veneno. Según el letrado, eso impresionaría a los jueces. Además, supo venderle previamente la “exclusiva” al diario Crítica. Tanto es así que un cronista y un fotógrafo cubrían la cuestión.

A la hora señalada, el abogado defensor comenzó a hacerle gestos a Banks para que tomara la cápsula. Pero éste se obstinaba en mirar hacia otro lado. Las muecas del doctor adquirieron un nivel de desesperación rayano al ridículo. Hasta Banks lo observó, ya decidido a no simular su suicidio.

En 1924 fue trasladado al Penal de Ushuaia. Allí tuvo numerosas entrevistas.​ Rezaba continuamente, y llegó a fabricar un rosario con botones, del que nunca se separó. Más tarde tuvo éxtasis religiosos y dictó liturgias, por lo que fue apodado "El místico".



 El 10 de junio de 1949 fue liberado. Intentó volver a Azul, pero la condena social era muy grande, por lo que se mudó a Buenos Aires, donde cambió de identidad.

Se mudó a una pensión en el barrio de Flores, ubicada en la calle Ramón Falcón 2178, donde se anotó con el nombre falso de Eduardo Morgan.

El mismo día de la mudanza resbaló en la bañera, golpeando la cabeza y falleciendo en el acto.

Paradoja para el mayor homicida de la historia argentina.

Alberto Oneto


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