Soldaditos de plomo

 

Nunca pude entender por qué, cuando era chico, tenía tanta fascinación por los soldaditos de plomo. Y no era solo yo. Mis amigos, también.

Si me pongo a pensar, evidentemente deberíamos tener una construcción milica desde algún costado incomprensible.

Y es que no se sabe con certeza el origen de estas singulares figuras.

Parece que los militares de la antigüedad los utilizaban para hacer simulacros de futuras estrategias en una mesa como hipotético campo de guerra y jugaban a batallas de sobremesa, que posteriormente se trasladarían al campo real.

Por lo tanto, también es posible que estos personajes, pasasen con posterioridad a sus hijos esa costumbre, para que se entretuvieran jugando a la guerra con estos soldados.

El origen de los soldados como juguete en serie tiene lugar en la ciudad alemana de Núremberg a mediados del siglo XVIII.

Más allá de la reflexión, me encantaban. Y lo más importante era tener muchos y, más que nada, que tuvieran distintas actitudes. Algunos con el fusil al hombro, otros apuntando, otros cuerpo a tierra, y así más y más y más. Y que cada uno cumpliera una función y obedecieran.

Ahora que tengo 67, mis soldaditos volvieron a aparecer. Ya no son de plomo. Ahora son imaginarios. Están siempre en mi cabeza.

Los veo todos los días. Son iguales que aquellos, pero hoy lo único que me preocupa es que sean obedientes. Que se alineen. Que hagan bien su trabajo. Que estén ordenados.

Y, lógicamente, cuesta mucho.

Siempre hay desobedientes, otros rebeldes, muchos perdidos, como sin rumbo.

Algunos hasta casi parecen pertenecer a otro bando.

Y hay otros más fieles y que se ordenan rápidamente.

Pero cada vez me cuesta más que estén todos en línea, tirando para el mismo lado, con un objetivo común.

Por un lado, creo entender que es algo intrínseco del género humano. Es muy difícil que todos se pongan de acuerdo.

Pero con el tiempo, empecé a darme cuenta que lo que sucede es que les está faltando un capitán. Un líder. En el fondo: un Norte hacia donde ir y pelear.

Y es que el capitán está mucho más confundido que su tropa. No sabe el rumbo y tampoco el objetivo. Es como si deambularan en el campo de batalla tratando de entender cuál es su rol. Su función. Su por qué.

Como que no está entendiendo cual es la misión.

Y como en cualquier batallón sin misión, no hay batalla posible.

Mucho menos triunfo.

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