El título al final


Esta reflexión va patas para arriba, como el globo terráqueo de Mafalda. Como el mundo.

Empieza con el texto y termina con el título.

No sean ansiosos, por favor. Es importante seguir el orden. Desde ya, gracias.

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Algo que a todos nos sucede, queramos o no, es en algún momento tener ganas de ir al baño cuando estamos disfrutando de un cafecito, un almuerzo rápido o una cena maravillosa.

Una condición casi inevitable es que el baño nunca cumple las expectativas del lugar, por más moda que nos haya resultado.

Y así entramos en un cuarto oscuro.

Luego sentimos un cierto ahogo porque no hay ventilación.
Nos encontramos con un aroma acre (esa mezcla de orín y mierda, que es única).
Sentimos el piso sucio y resbaladizo.
En el caso que sea necesario, no sabemos que hacer con la tabla del inodoro: ¿se toca? ¿No se toca? y seguramente falta el papel higiénico (tener servilletas de papel, imprescindible).
No funciona el botón del inodoro, que encima, muchas veces está tapado.
Faltan las toallas para secarnos las manos, si tenemos la suerte que de la canilla salga agua.

Cuando al fin nos vamos, sentimos un alivio enorme. Como haber salido del fondo. No tanto por nuestras necesidades, si no por haber escapado de una especie de sala de tortura.

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Algo que a todos nos sucede, queramos o no, es en algún momento tener ganas de votar a un candidato que ni siquiera conocemos, mientras estamos en una charla con amigos, con la familia o con desconocidos.

Una condición casi inevitable, es que el candidato nunca cumple las expectativas, por más moda que nos haya resultado.

Y así entramos en un cuarto oscuro.

Luego sentimos un cierto ahogo porque tarda en cumplir lo que prometía.
Nos encontramos con un aroma a mentira (esa mezcla de sarasa y encanto, que es única). Sentimos que nos está moviendo el piso.
En el caso que sea necesario, no sabemos que hacer con el candidato: ¿lo bancamos? ¿No lo bancamos? y seguramente hasta nos den ganas de llorar (tener servilletas de papel, imprescindible).
No funciona el botón de emergencia, que encima, está al pedo y trabado.
Y en casa faltan las toallas para secarnos las manos si tenemos la suerte que de la canilla salga agua.

Cuando al fin se va, sentimos un alivio enorme. Como haber salido del Fondo. No tanto por nuestras necesidades, si no por haber escapado de una especie de sala de tortura.

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Estas dos reflexiones, idénticas, merecen un único título:

Al fondo y a la derecha

Alberto Oneto 

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