La pesadilla americana

La operación es simple, de suma y resta.
Y esta serpiente siempre muerde su cola,
Y juega a cara y seca muy melancólica
.
Litto Nebbia

Existen severas confusiones con relación a dos fenómenos sociales de nuestro tiempo: la movilidad migratoria y el tráfico de drogas. Se trata de dos asuntos en apariencia distintos en su origen, inconexos en sus dinámicas, con objetivos y medios de reproducción en principio ajenos, pero que en realidad interactúan y se refuerzan mutuamente.

La migración pertenece a los ciclos económicos y a las dinámicas sociales desde el principio de los tiempos de la humanidad.

Cada economía, de renta alta, media o baja, tiene en su devenir la presencia de los inmigrantes, ya sea en su carácter de naciones de origen, tránsito o recepción. No hay una sola nación que ayer u hoy pueda negar un papel relevante a las poblaciones en movimiento.

Poblar o perecer, postulaban algunos países como estrategia de sobrevivencia; atraer inmigrantes para sostener el aparato en la primera y la segunda guerras mundiales; vincularse a los migrantes, pues de ellos dependen cifras millonarias en dólares de remesas que sostienen economías enteras, pues los datos más conservadores ubican montos por encima de los 600.000 millones de dólares anuales, la mayor parte de los cuales se transfieren de las naciones ricas a las naciones pobres, en dirección opuesta a la movilidad migratoria; la inmigración como recurso para diferir el envejecimiento de naciones que sufren para mantener un equilibrio demográfico endógeno o la captación de talento que no se formó en el país de recepción, pero que sí es explotado a partir de esquemas flexibles en los países huéspedes en detrimento de las naciones que los capacitaron.

Ahora bien, la inmigración que invoca la mayor preocupación en el sistema global es aquella que se desplaza en condiciones de graves desventajas sociales: comunidades perseguidas por las guerras, por la inestabilidad política, por sus posiciones ideológicas o por su pertenencia a ciertos grupos, es la inmigración expulsada por la exclusión y la pobreza y que transita, a su pesar, en contra de las normas regulares y sujeta a toda clase de vejaciones y peligros.

En el caso del tráfico de drogas, las confusiones son incluso más preocupantes. Asumido como un problema ajeno, se le vincula con la violencia, la inestabilidad, la corrupción o la impunidad. Un equívoco frecuente se relaciona con las confusiones que trae su enunciación.

En el caso de México, uno de los referentes de análisis más importantes a nivel global, la política pública en la materia se instrumentaliza desde una lectura securitaria, pues diseña acciones de represión contra el crimen organizado transnacional que produce, transporta y distribuye drogas ilegales, y al mismo tiempo reduce a una mínima expresión los medios para prevenir el uso de drogas y atender la farmacodependencia. Son dos procesos diferenciados que en la política pública son definidos como asuntos de competencia de una estrategia única, de ahí la criminalización no sólo del tráfico, sino del consumo:

El narcotráfico es un problema típico de crimen organizado, vinculado con corrupción del Estado y sus instituciones. Las drogas son un problema de salud pública, de marginación social, de exclusión y de desigualdad de ingresos. Mientras el narcotráfico cuestiona al Estado, las drogas cuestionan a la sociedad.

El narcotráfico como delito transnacional tiene características básicas: no tiene metas políticas; tiene una estructura jerárquica y una membresía limitada; es una actividad continuada; usa la violencia, la amenaza de la violencia y el soborno; tiene una división clara de trabajo; es monopólico y está regido por reglas específicas, además de que ha alcanzado una dimensión transnacional que le permite tener la capacidad de penetrar al Estado. 

Estas características juegan un papel relevante en las localidades depauperadas, ya que reconfiguran roles y prácticas sociales que fortalecen la capacidad de los narcotraficantes, pues éstos dominan dos espacios clave: un territorio y un espacio comunitario. Por ello, estas “conquistas” dotan al narcotráfico de la capacidad de constituirse en un competidor social del Estado.

El tráfico de drogas es anterior al inicio del proceso de globalización. Sin embargo, en sus dimensiones actuales es al igual que la movilidad migratoria, un fenómeno hijo de la modernización de los procesos productivos, de la apertura de fronteras, de los avances técnicos, científicos e incluso de las guerras.

La apertura de fronteras tuvo entre sus diversos impactos el tráfico legal e ilegal en masa del opio, que allanó el camino a la movilidad de la heroína, la cocaína, la morfina y la cafeína, dinámica que se consolidó con la irrupción de una industria farmacéutica que se apropió de una buena parte del proceso productivo que antes estaba en manos de la industria artesanal.

Una conexión entre estos dos fenómenos se identifica en el diseño de las políticas públicas. Por ejemplo, en la operación de las estrategias de orden restrictivo en los Estados Unidos, la llamada Ley Harrison postulaba tres premisas básicas que buscaban argumentar contra el consumo de drogas:

La primera, de orden puritano, estima las drogas como riesgo a los valores familiares; la segunda, defendía la necesidad de velar por la salud pública y la tercera, define las drogas como una amenaza originada fuera de las fronteras nacionales, de ahí que son los extranjeros los portadores de tal riesgo.

La Primera y Segunda Guerras Mundiales darán un cambio sustancial a la regulación de las drogas, especialmente por su uso evidente entre los militares en estos estos conflictos. 

La compañía Merck comercializa hacia el primer tercio del siglo XIX la morfina, que, junto a la invención de la jeringa y la aguja hipodérmica, permitieron su uso masivo por parte de miles de soldados durante la Guerra de Secesión en los Estados Unidos. La producción de la heroína (diseñada por la empresa Bayer), era mucho más potente que la morfina y fue libremente adquirida hasta la primera década del siglo XX, tiempo durante el cual generó decenas de miles de farmacodependientes. La legislación posterior en la Unión Americana trató de restringir, desde el prohibicionismo, un mercado consolidado, sólido y una demanda consistente, que fue satisfecha por dos procesos: por un lado, la internacionalización de la producción de drogas. En este sentido se entiende la internacionalización al proceso en el cual se diversifica la producción, innovación y diseño de nuevas sustancias. Por ejemplo, entre fines del siglo XIX y principios del XX en Alemania se crearon diversos centros de investigación que literalmente diseñaron drogas, más allá de las que se encontraban en la naturaleza y la consolidación de Estados Unidos como el primer productor global de drogas químicas (61% del total global), seguido muy por detrás por Suiza (8%), Alemania (6%); 5% del Reino Unido o el 3.5% de Francia.

Más allá de sus interacciones, la migración y el tráfico de drogas parecen convivir como fenómenos que convergen, pero quizá la representación más evidente de su conexión sea el costo humano que supone su propia dinámica. En estos espacios convergen seres humanos expulsados del bienestar.

No son excluidos las personas que el sistema ignora en la distribución de bienes.

Ellos son expulsados, personas que en algún momento pertenecieron a una dinámica en la distribución de bienes y cuya expulsión fue el resultado del agotamiento de sus medios para sostener su pertenencia a dicho espacio de bienestar.

El informe Mundial de Drogas 2018 indica que en el año 2016 se incautaron 87 toneladas de opiáceos farmacéuticos, responsables de 76% de las muertes vinculadas al consumo de drogas psicoactivas; la producción mundial de cocaína alcanzó en ese mismo año la escalofriante cifra de 1,410 toneladas; de opiáceos la cifra alcanzada entre 2016 y 2017 fue de 10,500 toneladas, además de que se tiene registro de consumidores de marihuana por arriba de los 192 millones que afirmaron haber consumido esta droga al menos una vez en el año 2016, ello sin contar con una cifra global en aumento: 275 millones de personas (5.6% de la población mundial) que afirma haber consumido drogas por lo menos una vez al año.

Hoy las cifras son más escalofriantes.

Ponderación de las dimensiones y los impactos de la droga en el mundo.

En los migrantes se distingue el fenómeno más injusto que pueda ocurrir a un ser humano: la generación de un proceso de triple exclusión, que se puede resumir de la siguiente forma: en su nación de origen la exclusión nace de la violencia, la pobreza, la mala gestión de los cambios generados por el cambio climático; la segunda exclusión se verifica en su tránsito, en el cual padece la desprotección del Estado y la agresión del crimen organizado, entre otros. La tercera exclusión se identifica en el país de acogida, donde el inmigrado inicia la lucha por su integración. Mientras eso sucede, padecerá las consecuencias de su indocumentalidad: explotación, desprecio, semiesclavitud, racismo y xenofobia.

El migrante es un mercado, es una fuente de plusvalía, y estos beneficios sólo son posibles bajo la condición de que transiten en la irregularidad. Dicho de otra forma, la clandestinización de su viaje es requisito ineludible para su explotación.

Para un narcotraficante vinculado a la trata, una mujer de baja estatura, morena, con sobrepeso, es una persona que sólo puede ser usada para labores de limpieza o trabajos de ese perfil; para el mismo narcotraficante, una mujer con un cuerpo estético, sin sobrepeso, de cierta nacionalidad, supone la posibilidad de una explotación más diversificada: trata, explotación sexual, etc. 

Para una y para otra se establece un costo, un tabulador diferenciado y una temporalidad de explotación y plusvalía distinto. La estética en este caso determina el destino de cada una de las mujeres captadas. Su cuerpo es valorado de tal forma que se establece algo que podemos denominar un itinerario de uso y un tiempo de rentabilidad.

El migrante no es un narcotraficante, el narcotraficante no coincide con la lógica ni con los objetivos de los y las migrantes. Sin embargo, se cruzan en sus caminos, en la ruta de desplazamiento; son ajenos en sus motivaciones, pero coinciden en la instrumentalización de sus cuerpos, en la rentabilización de sus frustraciones y en el aprovechamiento de su clandestinidad: La exclusión de la diferencia constituye la negación de lo humano y, por ende, la deshumanización de la vida sobre las consignas del odio y el repudio.

Javier Urbano Reyes 
Universidad Iberoamericana, México

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Luego de este análisis, más que brillante, solo queda una reflexión.

EE UU es un país muy particular. Creo que casi todos tenemos esta apreciación.

Son capaces de disfrazar y tergiversar todo.

Y si leemos entrelíneas el análisis de Reyes, podemos ver a simple vista como los EE.UU. es un país que explota a los inmigrantes y, a la vez es el Estado que mayor amparo da al narcotráfico, más allá de la fantochada de la DEA.

Y, además, conviven en complicidad con los laboratorios. Un negocio multimillonario.

Recordemos que en la década de 1890, el catálogo de Sears & Roebuck, una cadena de tiendas, distribuyó a millones de hogares estadounidenses donde ofrecía una jeringa y una pequeña cantidad de cocaína por $ 1.50. Detrás estaba el laboratorio Bayer.


A fines de 2024 se calculaba que en EE.UU. había 50.000.000 de inmigrantes, casi todos de habla hispana. De los cuales, 12.000.000 son indocumentados.

Estas cifras escalofriantes no son gratuitas.

Estos inmigrantes provienen de países explotados, marginados y bloqueados económicamente por EE.UU. que genera su propio caldo de cultivo para luego “atacarlo” dentro de su vientre.

Hoy el presidente Trump está deportando a una gran cantidad de los inmigrantes, especialmente los indocumentados. Y es que le sobra mano de obra barata.

Es un uróboro (la serpiente que muerde su cola).

Alberto Oneto


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