El pata dura
Allá por el 2009, tuve la oportunidad de conocer y trabajar junto a Jorge Bergoglio.
Él era arzobispo. Yo jefe de diseño en el Correo Argentino.
Lanzamos un sello postal conmemorativo de los 100 Años de la
Iglesia “De La Exaltación de la Santa Cruz” – Puerto Santa Cruz – Provincia de
Santa Cruz
Estábamos atravesando la presidencia de Cristina Fernández.
No era casual que estuviéramos emitiendo una estampilla de una iglesia de Santa
Cruz.
Bergoglio criticaba en esa época al Gobierno y a la sociedad
por no impedir el aumento de la pobreza en el país, una situación que
consideraba "inmoral, injusta e ilegítima", porque ocurre en una
nación que tiene condiciones objetivas para evitar o corregir esos daños.
"En lugar de eso, pareciera que se ha optado por agravar más las
desigualdades", expresaba en los medios.
Me ayudó mucho dándome información, y así armamos juntos
presentaciones de la estampilla en Buenos Aires y en el Sur. Me acompañó.
Pero era más lo que charlábamos de política y de San
Lorenzo.
Fanático del futbol, aunque me confesó que jugando a la
pelota, siempre fue un pata dura. Jamás pudo.
Un tipo crítico. Pero también divertido y relajado.
Generoso y siempre dispuesto a colaborar. Con un lenguaje
llano. No se privaba de putear, si era necesario. Y con un humor inigualable.
Confieso que con el tiempo, yo me fui convirtiendo en un agnóstico. Él lo sabía, pero jamás me hizo sentir incómodo.
Un tipo querible y admirado hasta
que se fue a visitar a los ángeles.
Alberto Oneto
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