El otro

 



Muchos grupos radicales niegan la validez de la palabra heterofobia.

Dicen que no existe. Que sería el antónimo de heterosexual. Por la cual no la reconocen.

Error

La etimología de hetero significa distinto.

Ser heterosexual, nos dice que preferimos el sexo opuesto.

Ser heterofóbico, nos dice que le tenemos miedo al distinto.

Y claro, son dos cosas muy diferentes.

Según el filósofo español Fernando Savater la heterofobia “es el sentimiento de temor y odio ante los otros, los distintos, los extraños, los forasteros, los que irrumpen desde el exterior de nuestro círculo de identificación”.

En el ensayo escrito por Savater, “La heterofobia como enfermedad moral”, podemos ver cómo este ‘sentimiento’ de rechazo ha estado presente desde el inicio de nuestros tiempos como personas que viven en tribus.

Lo que nos hace ser una sociedad se da por imitación, por el principio de mímesis: aprendemos a querer lo que vemos que los otros quieren, esos otros que son iguales a nosotros y con los que nos identificamos.

Es decir “imitar es identificarse con los demás”.

Es aquí, donde me gustaría ampliar el concepto.

La heterofobia no se refiere solamente al plano sexual. Todos, de algún modo u otro, la llevamos adentro.

Que nos sucede con esa niña con síndrome de Down que vemos todos los días acompañada por su madre?

Con ese adolescente autista que es compañero de la escuela de nuestro hijo?

Con esa dama indigente que nos toca el timbre para pedirnos algo?

Con ese senegalés que nos quiere vender relojes?

Y hasta con esa boliviana que todos los días nos provee de frutas y verduras. Que nos pasa?

Discriminamos.

En un grupo o una tribu, no viven los que se parecen entre ellos sino los que son lo mismo, que es casi como decir el mismo.

Los grupos humanos viven de autocelebrarse y es hábito social común exaltar la manada propia y sus logros frente a las otras.

La heterofobia tiene sus raíces en la hostilidad frente a quienes no eran de la tribu o no eran como los de la tribu deben de ser.

El racismo y el determinismo cultural tienen algo en común: su fobia al mestizaje.

El misoneismo y la zozobra que se siente ante la novedad, son las más antiguas de las manifestaciones de heterofobia.

Por eso nuestro lema, según Savater, no ha de ser simplemente “nada de lo humano me resulta ajeno” sino también “nada de lo ajeno puedo dejar de reconocerlo como humano”.

 

En resumen

Tanto la heterofobia como la homofobia representan esa “enfermedad moral” de la que habla Savater en su ensayo. Ambas rechazan lo que es diferente de la “normalidad” social impuesta primitivamente en las tribus. Incluso algunos autores ni siquiera consideran a estas unas fobias propiamente dichas ya el término médico para ello es algo que causa miedo, pero es más que evidente que la comunidad LGTB no provoca miedo, provoca odio. ¿Por qué? Porque son esos otros diferentes, con ideas innovadoras y con actitudes flexibles que buscan su inclusión a una sociedad moderna, buscan la igualdad y no el privilegio como muchos pretenden tachar a la justa lucha por ser reconocidos por sus capacidades como personas y no por a quienes aman.

Lo que acá ocurre, en realidad, es el miedo que causa el opresor —la sociedad heteronormativa— sobre el oprimido. La comunidad LGTB que se levanta y reclama a esa sociedad opresora que abandone su retrógrado pensamiento que busca encasillar en blanco o negro todo lo que hay en ella. Literalmente hay un arcoíris ahí afuera que no se va a acomodar a sus exigencias porque en una sociedad saludable la inclusión y el reconocimiento de igualdades se da rompiendo barreras juntos e innovando.

Para cerrar, es interesante adentrarnos en todo lo que encierra la palabra tribu.

Tribus son llamadas las diferentes congregaciones y cortes de personas, y son llamadas tribus, que proviene del número 3, porque al principio los romanos fueron separados por Rómulo en tres grupos: senadores, militares y plebes.

Cuando uno de esos grupos debía de ser representado (por ejemplo por un magistrado) elegían al ‘tribuno’ (literalmente ‘representante de la tribu’) y éste exponía sus argumentos en una plataforma elevada desde la que se dirigía al auditorio y que recibía el nombre de ‘tribuna’, estando colocada en el lugar donde se tomaba decisiones y que acabó adquiriendo el nombre de ‘tribunal’.

Los miembros de una tribu no estaban exentos de aportar un pago en forma de impuesto y que era destinado al sostenimiento de la comunidad, país o gobierno y que pasó a ser denominado como ‘tributo’ y la acción de hacerlo era ‘tributar’.

A veces ese pago no era realizado individualmente, por cada uno de los miembros pertenecientes a una tribu, sino colectivamente, naciendo ahí el concepto de ‘contribuir’ (aportar conjuntamente un tributo).

El hecho de que en ciertas ocasiones se decidiera contribuir voluntariamente, con intención de ayudar a una causa o venerar una deidad o personaje solemne, fue lo que hizo que el término ‘tributo’ también recibiera la acepción de ‘homenaje’ (de ahí expresiones como ‘concierto tributo a …’).

‘Atribuir’ algo a alguien o al colectivo significaba asignar la competencia o capacidad de los miembros de la tribu y los rasgos y cualidades asignados a estos eran los ‘atributos’.

Como vemos la palabra y el concepto de tribu abarca mucho más de lo imaginado. Está presente en mucho de nuestra vida cotidiana.

Quizás debiéramos tenerle más respeto y empatía

Alberto Oneto

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