Lo tuyo es mío y lo mío es mío

 


“Nos extraviamos a tal punto, que debemos estar por el buen camino”.

Fernando Pessoa

Hasta hace no muchos años, la demagogia electoral consistía en prometer salariazos, revoluciones productivas, un aluvión de trabajo para todos, aumentos en las jubilaciones, etcétera.

Hoy, la demagogia electoral irrumpe, de pronto, con la promesa de bajar la edad de punibilidad y mostrando proyectos para echar de Buenos Aires a los inmigrantes.

El macrismo, en su momento, como hoy el Mileinismo, presentó alegremente la eliminación de miles de pensiones porque sabía que mucha gente –que no es discapacitada ni tiene familiares en esa condición– justificaría la medida.
Como está viviendo mal y la plata no le alcanza, ‘es saludable que se acaben los privilegios de los que simulan una discapacidad y se abusan del Estado’”. Hubo una explicación que, en su sentido más tétrico, es tan espectacular como lo conseguido por el marketing.
Según el instructivo del equipo de comunicación de Cambiemos y reproducido por la ministra de Desarrollo Social, quienes creían que merecen la pensión pueden llamar a un 0800 y advertir que se les dio de baja cuando no corresponde.

Un verdadero chiche de facilidad burocrática cuya consistencia es tan vigorosa como la sensibilidad de Macri por los pobres, y al que recurrió junto con la recomendación de probar telefónicamente si acaso una persona con discapacidad se enteró, cuando fue al cajero, de que le habían retirado la pensión porque, por las dudas, es un corrupto…

El veneno inoculado produjo un extraño efecto inmuno-tóxico: convenció a mucha gente de que, si no tiene derecho a vivir mejor, ahora al menos sí tiene derecho a que los Otros vivan peor.

Ese gobierno, frente al escándalo desatado por la quita de ayuda a personas con invalidez diversa, se manifestó apesadumbrado por los errores que pudieran haberse cometido y anunció un marcha atrás ma non troppo, porque se tomó su tiempo para revisar las medidas injustas.
Listo el pollo: si pasa, pasa, y de lo contrario somos un gobierno que tiene la inédita característica de reconocer sus yerros. Sus equivocaciones son siempre en contra de los mismos, de los más débiles.

La sociedad argentina fue atrapada por una suerte de epidemia de analfabetismo espiritual e insensibilidad social.

El nuevo trabajador suele operar en grupos pequeños, o incluso aisladamente. Los cambios en el entorno alteraron su visión del mundo. El progreso dejó de ser social para convertirse en individual. El Estado, mayormente percibido como corrupto, pasó a ser quien lo obliga a pagar impuestos a cambio de servicios públicos deteriorados. Las huelgas y movilizaciones se transformaron en interferencias de tránsito. A ese trabajador le parece lógico que su éxito o fracaso sea individual.

Su credo son las virtudes del “emprendedorismo”.

La sociedad, para este nuevo sujeto, se resume en su familia y allegados próximos. Es el individuo solitario que se identifica a sí mismo como ‘clase media’ y se siente ajeno a cualquier actor de naturaleza colectiva.
En la práctica, cree no deberle nada al Estado ni a nadie. Imagina que su sustento sólo emana de su esfuerzo personal. La acción colectiva se le antoja arbitraria y sujeta a reglas donde imperan la inoperancia y el ocio. La asistencia social le parece injusta. Si él se esfuerza para obtener lo suyo, lo mismo debería esperarse de los otros. Su ideología refleja su rutina cotidiana.

Claudio Scaletta

Frases sueltas

 No hay tal cosa como la sociedad. Hay hombres y mujeres y hay familias
Margaret Thatcher

Las palabras medios y miedos son increíblemente parecidas

Basta de que nos regalen el presente para robarnos el futuro.

El progresismo vive momentos de extravío. Si levanta la cabeza para pedir consejo más allá de sus fronteras, lo que encuentra son otras cabezas perdidas. Les conviene reunirse, calmarse, perder el apuro y volver a pensar.

La esperanza, en todo caso, es lo último que se pierde. Aunque también se pierde. 

El horror de los conservadores finge dirigirse hacia la corrupción cuando es enojo y miedo hacia los pobres, los negros y los desorganizados, además de impaciencia.
Caetano Veloso

Parrhesía

La parrhesía es el acto mediante el cual el sujeto, al decir la verdad, se manifiesta, se representa a sí mismo y es reconocido por otros como alguien que dice la verdad.

En efecto, la parrhesía es lo opuesto al decir que no se ocupa de la verdad sino del modo de expresarla.

Tenemos un régimen en el cual quienes toman las decisiones no son los mejores sino los más numerosos (hoipollóz). ¿Y qué buscan éstos? No someterse a nada.

En una democracia, los más numerosos (hoipollóz) quieren ante todo ser libres, no ser esclavos (douleuein), no servir.

¿No servir qué?

No quieren servir los intereses de la ciudad, tampoco los de los mejores. Quieren mandar por sí mismos. Por lo tanto, van a buscar lo que sea útil y bueno para ellos, porque ¿Qué es mandar?

Es ser capaz de decidir imponer lo que es mejor para uno mismo. Sin embargo, como son los más numerosos (hoi polló,), no pueden ser los mejores, ya que éstos son por definición los menos. Y al no ser los mejores son los más malos. Entonces, ellos, que son los más malos, ¿van buscar lo que es bueno para quién? Para los más malos en la ciudad.

Ahora bien, lo que es malo para ellos, que son malos en la ciudad, es también lo malo para ésta.

La conclusión es que, en una ciudad como ésa, es menester dar la palabra a todo el mundo, a hombres numerosos, por ende a los más malos.

En efecto, dice, si la palabra y la deliberación fueran el privilegio

exclusivo de los hombres honestos y sólo se diera la parrhesia a los mejores,

¿Qué sucedería?

 Al otorgarse la parrhesia a los mejores, éstos querrían imponer

el bien de la ciudad, esto es, el suyo propio. Y si impusieran su propio bien, lo que les es útil, no podría ser entonces sino en beneficio de ellos, los hombres honestos, y en perjuicio del pueblo. Por consiguiente, en una verdadera democracia, a la manera de Atenas, si se pretende que lo que se dice redunde en beneficio del pueblo y de los más numerosos, no hay que reservar el derecho de la palabra a los mejores. Es necesario, que el malo pueda ponerse de pie y tomar la palabra. Éste, el malo, planteará entonces lo que es bueno para él y para aquellos que son sus semejantes, los malos…

Última frase

….. Cuando gobiernan los buenos, ¿estamos hablando de una democracia o de una aristocracia?......

Michel Foucault,  El coraje de la verdad

 


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