Locomotora de color Negro y con Roña

 “Si me decís ‘Negro’ me doy vuelta igual. Me gusta más ‘Roña’ porque es de barrio, lo de ‘Locomotora’ es más por lo de deportista. Me identifico por eso porque me decían ‘ahí viene el busca roña’, de chiquito, en Caleta Olivia”. Negro, Roña y Locomotora. Hoy los tres tienen 57 años. Los tres son Jorge Fernando Castro, el excampeón mundial que ahora reparte comida y hasta piensa en la política.

Sus números arriba del ring fueron importantes. Más de 140 peleas: 130 victorias con 90 nocauts, 11 caídas y 3 empates.

Se consagró campeón del mundo en 1994, frente a Reggie Johnson, en un combate que se llevó a cabo en Tucumán.

El 18 de junio de 2005, Jorge Castro sufrió un accidente que le provocó múltiples traumatismos. Se produjo en el cruce de las calles Azucena Villaflor y España, en la Costanera Sur de Puerto Madero. El Roña perdió el control del Renault Laguna color bordó que manejaba y se estrelló contra un árbol a alta velocidad.

Los bomberos tuvieron que cortar los hierros del auto para poder sacarlo y trasladarlo al Hospital Argerich, en donde estuvo en coma por 23 días. Fue grave aunque pudo haber sido trágico. El saldo para Roña fue un traumatismo de tórax, que le produjo una hemorragia entre el pulmón y la pleura, el tejido que lo recubre. Esa herida le impedía respirar normalmente.

Se recuperó y volvió a subirse a un ring, aunque por las secuelas del choque, su carrera como boxeador se terminó pronto: dos años después, en 2007, abandonó el boxeo profesional. 

Un largo tiempo más tarde, en 2020, Castro levantó su propio gimnasio en la localidad bonaerense de Temperley. Sin embargo, con todo listo para abrir sus puertas, la cuarentena por la pandemia del coronavirus pausó sus planes.

El gimnasio llamado “Locomotora Castro” se reinventó y, en ese mismo año, decidió usar su emprendimiento como comedor para ayudar a sus vecinos en plena crisis sanitaria y económica.

Desde entonces, el campeón mundial reparte comida, pero también recibe a toda aquella persona que quiera practicar el deporte de forma recreativa, sin distinción de género o de edad. También expresó en más de una ocasión su deseo de ser concejal en Lomas de Zamora “para ayudar a la gente”. No sería la primera vez: Roña se desempeñó como tal en Caleta Olivia, su ciudad natal.

“Fui un pibito desnutrido, por eso me importa ayudar a los que más pueda para que no pasen hambre”. 

Cuenta que tenía cinco hermanos cuando vivía en Caleta Olivia, provincia de Santa Cruz, pero cuando sus padres se separaron a él le tocó ir a vivir a Catamarca con su papá y el hambre no tardó en llegar a su vida cuando era apenas un niño: “Mi viejo chupaba, el alcohol lo perdía y me molía a trompadas; no sabés las necesidades que pasé, no comía, estaba como raquítico, algo así le pasó a Carlos Monzón cuando era chico. Me acuerdo que mi vieja vino a visitarme; se asustó cuando me vio tan flaco y me volví a Caleta con ella. La pasé muy mal. Desde ahí no puedo ver en la calle gente que pase hambre, especialmente la purretada, por eso hace cinco años mangueo por todos lados y los viernes damos alimentos a 350 familias en la puerta de mi gimnasio en Temperley”.

Castro sigue demostrando su solidaridad también en las cárceles, dando exhibiciones y enseñando a entrenar a los detenidos a través de un programa al que llamó “Guantes por la vida”, similar al que desarrolló con el rugby la Fundación Espartanos y con el yoga a través del proyecto Moksha: “Tratamos de que tomen el deporte, en este caso con el boxeo como una obligación o compromiso para mejorar lo físico y sentirse mejor de espíritu. Ahí ya tienen el hábito de levantarse temprano, eso es muy positivo. Y si se acostumbran como muchas veces pasa, después lo siguen practicando cuando salen y eso mejora la conducta, está comprobado que logran reinsertarse y mejorar sus relaciones afuera. Estuvimos por todos lados con clínicas en cárceles de Río Gallegos, Marcos Paz, Ezeiza, Bahía Blanca, Florencio Varela, San Martín... A los muchachos les encanta y la mayoría se engancharon”, detalla con satisfacción.

Él no solo desde niño supo recibir ayuda, desde que está en pareja con Yanina Sosa, confiesa que su vida mejoró mucho: “Élla es de acá, de Temperley, muy querida por todos. Estamos hace doce años juntos. Es un puntal para mi vida. Me cuido a la fuerza, porque un día me puso los puntos y se me acabó la joda. Antes vivía de caravana, la noche me tenía siempre presente, iba a comer y volvía a casa tarde... Un día se cansó, la entendí y acá estamos, haciendo buena letra. Ella tiene sus hijos, su nietita aunque es muy joven. Yo tengo los míos, llegué a quince hijos que me dieron doce nietos. Después me hice una vasectomía. Todos laburan, ese es mi orgullo, salvo el más chico, Aonikenk (significa “gente del sur” en lengua mapuche) que tiene catorce años y vive con la mamá en Morón.”

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Esta crónica sobre el Roña Castro me deja un gusto dulce en el alma.

Creo que su su pasado, y en definitiva su vida, cambiaron a partir de ese terrible accidente. Y entendí que muchas veces los accidentes, no solo los automovilísticos, todo accidente, por mínimo que sea, puede hacer que cambiemos el eje de nuestra vida, de nuestros sentimientos y de nuestras intenciones.

Es importante entender que los imprevistos, eso que no esperamos que nos pase, pueden ser lo mejor que nos puede suceder.

Bienvenidos los accidentes.

Alberto Oneto


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