Un acto creativo tiene un fin, pero no un final

Foto: Luciano Thieberger.

El Pensador fue creado en 1880 como parte del conjunto escultórico Las puertas del infierno, basado en la Divina Comedia del poeta italiano Dante Alighieri.

En 1904, el artista realizó una ampliación de la obra y fundió ocho pensadores del mismo molde inicial, incluso con su firma. El entonces director del Museo Nacional de Bellas Artes, Eduardo Schiaffino, acordó con el propio Rodin la compra de uno de esos ejemplares que llegó a Buenos Aires en 1907 y fue inaugurada en la Plaza del Congreso en 1910.

En este caso, además, es muy interesante la foto de Luciano. Arte y política en una misma imagen. No es poco. Quizás sea casi todo.

Siguiendo esta línea de pensamiento, quiero dejar algunas definiciones y un texto de alguien importante.

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El telos (del griego τέλος, ‘fin’, ‘objetivo’ o ‘propósito’ o 'meta'") es el fin o propósito, en un sentido bastante restringido utilizado por filósofos como Aristóteles. Es aquello en virtud de lo cual se hace algo.

Para Aristóteles, todo tiene un propósito o fin último. Si queremos entender lo que es algo, debe ser entendido en términos de ese fin último. El telos sería el objetivo perseguido por todas las personas, animales o plantas.
El telos de una bellota sería ser roble. Así todas las cosas, incluidas las hechas por los seres humanos tienen un telos.

Aristóteles piensa que el telos del ser humano es encontrar la felicidad.

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El acto creativo
por Marcel Duchamp

Tomemos en consideración dos factores importantes, los dos polos de la creación artística: el artista por un lado, y por el otro el espectador que devendrá la posteridad.

Aparentemente,  el artista actúa como un médium que, desde el laberinto más allá del tiempo y el espacio, busca su camino hacia un claro. Si consideramos al artista un médium, debemos negarle la capacidad consciente de saber, en el plano estético, qué está haciendo o por qué lo está haciendo. Todas sus decisiones durante la ejecución de su arte quedan en pura intuición y no pueden traducirse en auto-análisis, hablado o escrito, o siquiera pensado.

En su ensayo La tradición y el talento individual, T.S. Elliot escribe: «Mientras más perfecto el artista, más completamente separados estarán dentro de él el hombre que sufre y la mente que crea; sólo así esta última digerirá y transmutará a la perfección las pasiones que componen su materia.»

Millones de artistas crean; sólo unos pocos miles son discutidos o aceptados por el espectador y menos aún son consagrados por la posteridad.

Según este último análisis, el artista puede gritar desde todos los tejados que es un genio: tendrá que esperar el veredicto del espectador para que sus declaraciones tomen valor socialmente y, finalmente, la posteridad le incluya entre los grandes de la Historia del Arte.

Sé que ésto no merecerá la aprobación de muchos artistas que reniegan de la condición de médiums e insisten en la validez de su conciencia del acto creativo –  sin embargo, la historia del arte ha decidido sobre las virtudes de la obra de arte a través de consideraciones completamente divergentes con las explicaciones racionales del artista.

Si el artista, como ser humano, lleno de las mejores intenciones hacia sí mismo y el mundo entero, no juega ningún papel en el juicio de su propio trabajo ¿cómo puede uno describir el fenómeno que impulsa al espectador a reaccionar críticamente a la obra de arte? O dicho de otro modo ¿cómo se produce dicha reacción?

Este fenómeno es comparable a una transferencia desde el artista hacia el espectador en la forma de una ósmosis estética a través de la materia muerta, como el pigmento, un piano o el mármol.

Pero antes de continuar, quiero clarificar nuestro entendimiento de la palabra «arte» – sin, por supuesto, intentar una definición.

Lo que me parece es que el arte puede ser malo, bueno o indiferente, pero, sea cual sea el adjetivo, debemos llamarlo arte, y el mal arte sigue siendo arte igual que un mal sentimiento sigue siendo un sentimiento.

Entonces, cuando me refiero al ‘coeficiente de arte’, se entiende que no sólo me refiero al gran arte, sino que trato de describir el mecanismo subjetivo que produce arte en bruto – à l’état brut – malo, bueno o indiferente.

En el acto creativo, el artista transita desde las intenciones a la realización a través de una cadena de reacciones totalmente subjetivas. Su pelea hacia la consumación es una serie de esfuerzos, dolores, satisfacciones, negaciones, decisiones, que no pueden y no deben ser plenamente conscientes, al menos en el plano estético.

El resultado de esta batalla es la diferencia entre la intención inicial y su consumación, una diferencia de la que el artista no está al tanto.

Consecuentemente, en la cadena de reacciones que acompaña al acto creativo falta un eslabón. Ésta falta,  que representa la incapacidad del artista de expresar completamente sus intenciones, ésta diferencia entre lo que pretendía conseguir y lo conseguido, es el ‘coeficiente de arte’ personal que contiene la obra.

En otras palabras, el ‘coeficiente de arte’ personal es como una relación aritmética entre lo inexpresado pero pretendido y lo inconscientemente expresado.

Para evitar equívocos, debemos recordar que este ‘coeficiente de arte’ es una expresión personal de arte à l’état brut, esto es, todavía en bruto, que debe ‘refinarse’ como azúcar puro de remolacha por el espectador; el número de éste coeficiente no tiene influencia alguna en su veredicto. El acto creativo toma otro aspecto cuando el espectador experimenta el fenómeno de la transmutación: a través del cambio de materia inerte en obra de arte, una verdadera transubstanciación ha tenido lugar, y el papel del espectador es determinar el peso de la obra en la escala estética.

De manera general, el acto creativo no lo realiza sólo el artista; el espectador pone a la obra en contacto con el mundo exterior descifrando e interpretando su cualificación interna y así añade su contribución al acto creativo. Esto resulta aún más obvio cuando la posteridad da un veredicto final y rehabilita, a veces, a un artista olvidado.
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El acto de crear a nivel artístico no es más que una fuerte tormenta de ideas que acaban con mejor o peor resultado, pero realmente la palabra arte está escondida en ese acto a veces mágico; a veces intuitivo; a veces azaroso, y termina por apartar el sentido final de la obra acabada.

Una vez terminada la obra, ya no le pertenece, ya no es una idea, ya dejó de ser creación.

Un acto creativo nunca finaliza. Nosotros solo le damos un corte y también una finalidad.

Alberto Oneto

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